Nacionalismo

Luis Rodríguez Abascal es el autor de un capítulo dedicado al nacionalismo del libro El saber del ciudadano: las nociones capitales de la Democracia de Aurelio Arteta, obra muy recomendada para conocer con claridad conceptos sociopolíticos fundamentales (deliberación, representación, decisión, tolerancia, igualdad, libertad…). En fin, para entender bien nuestro presente político y poder criticar a nuestros representantes racionalmente y con fundamento.

Dedico este espacio a escribir tan sólo sobre el capítulo dedicado al nacionalismo (hay otros sobre la Democracia Constitucional, la Liberal, la República…) porque Rodríguez Abascal explica un error en el que muchos caemos.

El nacionalismo no se basa en amar al propio pueblo, sus tradiciones, su lengua, etc., que es lo que la mayoría piensa (en cuanto una persona defiende su lengua ya es tildado de nacionalista y muchas veces de un modo despectivo), sino que se trata de una teoría política cuyo núcleo establece que la humanidad está dividida de forma natural en grupos, cada uno de los cuales, por su peculiaridad, ejerce soberanía sobre un determinado territorio; es decir, que las fronteras de una nación se delimitan señalando características necesarias que diferencian a unos grupos de otros. Para dejarlo totalmente claro, cuando repetidas veces a lo largo de la historia se ha dicho “los negros aquí y los blancos allí”, teniendo como criterio diferenciador el color de la piel.

Esta teoría política se encuentra con el problema de la frontera interior. El hecho de delimitar la frontera choca con la selección del rasgo distintivo, pues dentro de todas las naciones existen grupos de personas que no tienen esos aspectos característicos. Aparece entonces la cuestión de qué hacer con esos individuos “anómalos”, lo que puede conducir a la intransigencia o a la condescendencia. Si los nacionalistas se tornan intransigentes pueden o forzar a esos sujetos a adquirir las características nacionales, lo cual es imposible cuando se trata de rasgos físicos, o permitirles vivir en la nación pero en lugares aislados (ghettos) o expulsarlos o incluso eliminarlos físicamente (genocidio). Como dice Abascal, “el nacionalista intransigente no se limita a soñar con una sociedad homogénea […] está dispuesto a caer en la barbarie con tal de hacerla realidad”. La otra actitud que puede tomar el nacionalista, la condescendiente, es más tolerante, pues permite que los grupos que carecen de los rasgos nacionales habiten en el país, aunque siempre bajo un aura de desigualdad y con la condición de paria.

Por lo tanto, el nacionalismo sí o sí genera discriminación (distingue entre los propios y los ajenos), no es compatible ni con la igualdad ni con la democracia y pone en riesgo la armonía de la nación, lo cual también puede conducir a la violencia. Este problema moral es, en mi opinión, razón suficiente como para rechazar la teoría política del nacionalismo. Que cada uno, después de esto, piense lo que quiera.