Tradiciones vs Derechos. La mutilación genital femenina

La mutilación genital femenina, más conocida como “ablación” y practicada en países africanos, árabes y asiáticos -sobre todo en la zona centro-africana-, es la extirpación del sexo a niñas y adolescentes de entre 4 y 14 años. Se considera un ritual de iniciación a la edad adulta y se realiza para “contener” la sexualidad y así convertir a las niñas en mujeres puras. Sus defensores suelen apelar a la religión diciendo que se trata de un precepto divino, pero en realidad el Islam no sustenta esta práctica, todo lo contrario. Además, la mayoría de las veces no se trata de creencias religiosas, ya que en África tanto musulmanes como cristianos y animistas realizan la ablación, sino de tradiciones y costumbres familiares -de ahí la dificultad cultural de eliminar la práctica en su totalidad-.

La operación se lleva a cabo de una forma rudimentaria, ya que no las realizan médicos cualificados (la ablación está prohibida en los centros de salud y hospitales), sino mujeres mayores, curanderas o comadronas que durante años la han practicado.

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La niña es sentada, inmovilizada y obligada a mantener los muslos separados. Las comadronas practican diferentes formas de mutilación genital. La menos invasiva amputa sólo el prepucio del clítoris o el clítoris en su totalidad (circuncisión y clitoridectomía respectivamente), otra elimina el clítoris y los labios menores, y la más agresiva (circuncisión faraónica) extirpa, además, los labios mayores. La madre presente hace oídos sordos a los gritos de dolor de su hija y es quien se encarga de “verificar” el trabajo, algunas veces introduciendo los dedos. Tras la operación se cosen ambos lados de la vulva con espinas o espigas de acacia, fijadas con alambre, hilo de pescar o de coser o crin de caballo, y se aplica una pasta que sirve de pegamento hasta que sólo queda un pequeño orificio para la orina y la menstruación. Completado el procedimiento, a las niñas les juntan las piernas y se las vendan desde la pelvis hasta los pies con el fin de completar la cicatrización y salvaguardar aún más su virginidad.

El desangrado y la infección son los primeros problemas a los que se enfrentan estas niñas, puesto que la incisión se hace con cristales o navajas de afeitar. Muchas entran en un estado de shock a causa del intenso dolor y del agotamiento por los gritos y llantos.

Pero el sufrimiento no acaba aquí, porque las niñas mutiladas tendrán problemas de salud durante toda su vida: pérdida de sensibilidad en la zona genital, infecciones del tracto urinario y aparato reproductor, formación de quistes, enfermedades inflamatorias en la región pélvica, infertilidad, menstruaciones y coitos dolorosos, partos difíciles, aumento en la posibilidad de contraer el VIH y otras enfermedades como hepatitis… por no hablar del enorme trauma psicológico. Además, en su noche de bodas volverán a recordar el sufrimiento de la operación, ya que, al tener un orificio demasiado pequeño, una mujer la preparará para la penetración haciéndolo más grande.

Alrededor de 28 países africanos practican la ablación. Y lo más preocupante es que esta mutilación se está extendiendo también por Europa, Australia y América del Sur a causa de la creciente inmigración. Recientemente se han encontrado evidencias de que la ablación se ha difundido a tribus indígenas de la etnia Emberá-Chamí, que ocupan zonas del suroccidente de Colombia.

A pesar de que se encuentra penada por la ley -exceptuando algunos países como Italia e Irlanda-, esta práctica se sigue contabilizando a lo largo del Continente Europeo. En el caso de España existe un control específico de salida de niñas en situación de riesgo, pero, aprovechando pequeños viajes a sus países de origen, muchas de esas niñas acaban sufriendo la mutilación genital. Hace casi un año, la Audiencia de Teruel condenó a unos padres por haber mutilado el clítoris de su hija, pero muchos casos ni siquiera son descubiertos.

Precisamente porque es una cuestión cultural los avances para erradicar la ablación son muy lentos. Las actividades que se han llevado a cabo contra la mutilación genital incluyen programas de información, cambio en las legislaciones e incluso entrega de microcréditos a las comadronas para que así no tengan que “trabajar”.

Según Unicef España, unas 6.000 comunidades de 12 países diferentes han impulsado o están impulsando la prohibición. Pero todavía siguen primando ideas como “si no le practico la ablación a mi hija será impura y promiscua, y ningún hombre querrá casarse con ella”.

En mayo de este año, una niña recién nacida colombiana murió porque se le practicó la mutilación genital. Esto demuestra, además de que no se ha erradicado la ablación, que la circuncisión femenina cada vez se realiza a una edad más temprana -dicen que para que no puedan juzgar la práctica por sí mismas-.

En la actualidad, Amnistía Internacional calcula que 135 millones de niñas y mujeres viven mutiladas -otras fuentes suman 100-, de las cuales unos 92 millones son africanas, cifra que aumenta en dos millones al año (para la OMS son tres millones anuales).

La buena noticia entre todo este caos es que la nueva Constitución de Somalia, país donde 9 de cada 10 mujeres son circuncidadas, prohíbe la mutilación genital femenina.

Parece increíble que en pleno siglo XXI todavía se practiquen crueldades como estas a niñas inocentes. ¿Es que estamos en la época de la Inquisición, en tiempo de torturas en nombre de la religión? Ya deberíamos haber superado la absurda idea de que la cultura y las tradiciones priman sobre la salud y la integridad moral. Esta práctica promueve la violencia de género, discrimina a la mujer y vulnera su derecho a la igualdad, a la salud, a la felicidad e incluso a la propia vida. A mi, como mujer, me ofende.

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